Finalmente empezó el espectáculo, después de esperar por un tiempo agazapado entre la mezcla de lodo, conchas, plantas y plumas, de la distancia surgió un proyectil alado que se lanzó sobre lo que parecía una planicie inerte y de la tierra brotó una nube de aves que, perseguidas por la rapaz hambrienta, parecía bailar como cardumen tornasol buscando en grupo confundir la puntería de su depredador. De pronto lo que era un paisaje solitario y pacífico se convirtió en un vaivén de colores que danzaban sobre el espejo de agua desierto, una demostración de la vitalidad que se escondía bajo la ficticia calma de un lugar que a primera vista parecía dormido.
Llegamos a Guerrero Negro por invitación de Niccole Acosta, responsable de la Casa de Cultura del municipio, la expectativa de más de 10 horas de camino había provocado en nosotros un alboroto de ideas y dudas sobre los que nos esperaba, cada viaje es una verdadera aventura pues nunca sabemos lo que nos encontraremos al final del camino. Aun con todo este tiempo para pensar, Guerrero Negro nos agarró desprevenidos.
Desde el primer día que llegamos nos enteramos de una persona que sin haber nunca escuchado hablar de las ballenas había logrado visualizarlas en sus sueños, solo que con una ligera variante: tenían cuatro patas. Martín Barajas, originario de Michoacán nos recibió con gran cariño en su casa para contarnos su historia, hacía tiempo que se había separado del mar, no sin haber dejado un legado que lo reconoce como la primera persona que salió al mar para mostrar a los visitantes los gigantes que llegan a invernar en las lagunas de Guerrero Negro. Fue una plática llena de realismo mágico, sentados al borde de su sembradío de nopales, nos lanzamos a viajar siguiendo la ruta de sus pasos. Eran tiempos en que los accesos y el tránsito de personas eran muy limitados en aquella parte de México, desde donde él estaba había que caminar dos días para llegar al mar. Fue en una de esas caminatas que conoció a las gigantes de sus sueños, solo que estas no tenían patas, por aquí les decían ballenas.
No podíamos dejar pasar la oportunidad de vivir en carne propia un acercamiento como los que nos contó Martín y a la primera oportunidad zarpamos en una panga rumbo al corazón de la laguna, lo que encontramos nos sigue emocionando hoy en día, por primera vez tuvimos contacto con uno de los animales más grandes de la tierra, la Ballena Gris. Habíamos escuchado de la bondad con la que se acercan a conocer a los visitantes, pero verlo y sentirlo en carne propia fue algo que sensibiliza hasta el mas duro de los corazones.
Conocimos a Tana, una guerrera del desierto, ella y su esposo “El Macarela” han logrado cambiar la dinámica de la comunidad contagiando a varias generaciones el amor por el deporte mediante el ciclismo, y lo han hecho a tal punto que hoy en día hay jóvenes de Guerrero Negro que compiten a nivel nacional. Acudimos a una de las competencias que se estaban llevando a cabo, la pista serpenteaba por un escenario de montañas desérticas frente al mar en calma. Era una competencia clasificatoria, y había cientos de personas felices de ver a sus familiares y amigos luchar por un lugar, el ambiente estaba inundado de alegría.
Después de vagar por las planicies de sal, las dunas, playas y el mar de Guerrero Negro, nos dimos cuenta de que la historia que estábamos buscando había estado siempre frente a nosotros. Tal como nos platicó el profesor Librado, se trataba de una historia de amor entre el desierto y el mar, un vaivén de naturaleza que convive en un paraíso de sal. La diversidad de vida y personas que aquí convergen revelan a Guerrero Negro como un lugar escondido que vive en calma la intensa lucha de una vida alborotada, a fin de cuentas una vida en un refugio natural.
