La sonrisa de Blandina
Las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco en el estado de Baja California Sur son probablemente una de las más impresionantes colecciones de murales que existen en México y en el mundo. Estas manifestaciones artísticas, que tienen más de 8 mil años, atraen a visitantes nacionales y extranjeros cada año. La cueva “La Pintada” es sin duda uno de los sitios más visitados de la Sierra por la diversidad y el tamaño de sus pinturas.
Para conocer la cueva “La Pintada”, primero hay que llegar al cañón de Santa Teresa donde se encuentra el rancho de Blandina. Ella vive con su hermana “Margarita” y su hijo “Chico” y es precisamente ahí donde la conocimos por primera vez. Blandina es una mujer de unos 60 años; se ve muy fuerte y habla muy poco. Su mirar profundo intriga a cualquiera que intente conocer un poco más de ella. Su piel es clara como la espuma de la leche de sus chivas. Le empezamos a contar de nuestra intención de conocer su historia y de pintar un mural en su rancho. Sentada en una vieja banca de madera que tiene a un lado de su cocina, ella nos escucha sin mucho interés; parece que quiere que la dejemos tranquila. Blandina es una ranchera que cuida y ordeña sus chivas para fabricar queso, el cual vende a las personas que pasan por su rancho en busca de las pinturas rupestres. No le interesa que la entrevistemos ni que pintemos. Su actitud me sorprende, pero parece que Blandina encuentra en su rancho todo lo que necesita, por lo que el exterior le importa poco.
Unas semanas después de nuestra primera visita a la sierra de San Francisco, estamos listos para comenzar un recorrido que durará 23 días y nos permitirá conocer los ranchos a los cuales solo se accede a lomo de mula. Nos hospedamos en las cabañas de Yadira y su esposo, quienes nos contaron que Blandina es una mujer de pocas palabras, al conocer nuestra intención de entrevistarla. Varias personas intentaron conocer su historia, pero muchas veces ella se negó en contarla. Comentaron también que de niña, Blandina vivía con sus 17 hermanos en un rancho cerca de la carretera. A la muerte de su mamá, su padre los abandonó; así que todos ellos crecieron aislados de la comunidad. Nadie sabe a ciencia cierta cómo vivieron ni cómo lograron salir adelante. Cuando algún vecino buscaba acercarse a ellos, se escondían y evitaban el contacto con otras personas. Con el tiempo, de alguna manera se integraron a la comunidad. Unos se casaron como fue el caso de Blandina, otros son solteros y viven en diferentes ranchos. Todos son tímidos y hablan poco. Esto motivó que no se crearan lazos fuertes entre ellos, ya que al parecer no se visitan mucho.
Dos hermanos de Blandina viven actualmente en una cueva con sus chivas, a varios minutos de San Francisco; les dicen “los cuates”. Cuentan que tienen entre 40 y 50 años y que son fuertes y resistentes. Caminan por los cañones de la sierra y algunas veces bajan a San Francisco en busca de comida y agua que intercambian por trabajo. No usan dinero. Comentan también que cargan de 30 a 40 kilogramos en su espalda y nada los detiene. Al parecer, tanto Blandina como sus hermanos no han tenido una vida fácil. Después de conocer un poco más sobre ella, comprendimos lo que al principio nos costó entender. Con esta información decidimos comenzar el recorrido visitando nuevamente su rancho y esto es lo que pasó:
Después de tres horas a lomo de mula, nuestra caravana llego al Cañón de Santa Teresa. Volvimos a platicar con Blandina; esta vez sin esperar ningún detalle de ella. Se sentó nuevamente en esa banca vieja de madera y nos habló de su vida en el rancho. Recalcó la importancia que tienen las mulas, los burros y sobre todo las chivas. Blandina ordeña diariamente a las chivas para hacer queso, desde muy temprano se dirige al corral donde pasa horas ordeñando. Esto le permite generar un ingreso económico para su rancho.
Había un cuarto antiguo con techo de palma, el cual tenía un muro con una pequeña pero profunda ventana en el centro. Le pedimos permiso para pintar ese muro y sin más, ella simplemente aceptó. Dediqué unas horas para pintar, en el exterior, la cabeza de una chiva en toda la pared e ilustré a Blandina fabricando quesos, intentando de alguna manera representar la vida en el rancho.
Una vez terminado el mural, decidimos llamar a Blandina. La fui a buscar; la encontré entre el humo que salía de su cocina y le comenté que habíamos pintado una cabeza de chiva en su pared. La invité a que ella lo viera y sin ninguna expresión particular, ella me acompañó. Entre hermosos árboles frutales y hierba, ¿se imaginan la cara de Blandina cuando vio el mural? Ella abrió ligeramente sus ojos, parecía emocionada pero no mencionó absolutamente nada. Nosotros la mirábamos expectantes; la invitamos a entrar a ese cuarto y a asomarse por la pequeña ventana. Leonardo, con su sensibilidad, pudo capturar en una fotografía el momento mágico en el que ella se asomó por la ventana y esbozo una ligera, pero muy ligera sonrisa, agradeciendo nuestra visita al rancho de Santa Teresa. Así es como comenzó nuestra gran aventura por los cañones de la Sierra de San Francisco.