El calor era agobiante, el mar reposaba y la distancia no perdonaba la esperanza de una mejor captura, no había motores, solo remos y vela. Así transcurrían algunos días para los pescadores del Esterito.
Finalmente después de poco mas de dos años logramos pisar La Paz con la oportunidad de realizar un episodio más de El Color de la Memoria, cuestión un tanto paradójica puesto que aquí vivimos desde hace ya varios años.
Buscando el corazón de lo que esta ciudad representa dimos con uno de los barrios más viejos, El Esterito, esta vez no estaríamos solos, se unieron al equipo Efrén Olalde, artista consagrado, y Javier Descalzo, antropólogo. Gracias a él tuvimos nuestras primeras entrevistas y las historias empezaron a fluir.
Es imposible no dejarse llevar por estos relatos y transportarse a ese momento en que la vida florecía por todos lados, si bien no era cosa fácil encontrar algo de que vivir estando tan aislados, cuando platicas con los viejos puedes ver la añoranza en sus ojos. Las calles eran de tierra, la arena blanca, los tiburones se aboyaban sobre las manchas de sardina y los hombres surcaban el mar a canoa en busca del sustento. Eran tiempos en que la familias enfrentaba el calor de la noche durmiendo sobre la playa, los niños se deslizaban sobre caparazones de tortuga y jugaban a ser pescador.
En esta ocasión habría dos grandes retos artísticos, elaborar un mural de 50 m de largo por 6 m de alto, y crear una escultura de 3m de alto a base de metal reciclado. Nada que un montón de manos, brochas, martillos y soldadura no pudieran lograr.