El camino era largo y desolado, las planicies de saguaros, choyas y palo adán se empujaban unas a otras, no parecían terminar, y de pronto frente a nosotros apareció un pequeño pueblo lleno de verde, los árboles de mango rebasaban el techo de las casas, se sentía una atmósfera tropical, estábamos llegando a Villa Hidalgo.
Gracias a previas investigaciones nos habíamos enterado de un personaje que tiempo atrás ayudó a los colonos del Valle de San Domingo a recuperarse de enfermedades, recibiendo en trueque gallinas o cualquier otra cosa que le quisieran regalar, se trataba de el Doctor Guillermo Orendain. Decididos a indagar un poco mas de su historia fuimos a platicar con Lucinda Carrillo quien amablemente nos contó parte de ella y nos puso en contacto con quien había sido su esposa, la señora Rafaela Vizcaíno, él hacía tiempo que se había reincorporado a los polvos estelares, mientras que ella pasa el tiempo escribiendo poemas.
Armados de cámara y micrófono salimos en comitiva a la cacería de historias. Íbamos un tanto nerviosos, un día antes estuvimos leyendo un libro con sus poemas y en definitiva se trataba de una celebridad, la elocuencia y naturalidad de sus relatos era reflejo de un ser fuerte y libre, capaz de sobreponerse a la desolación del desierto, de luchar contra los coyotes y de llorar la muerte de un saguaro.
Llegamos a su casa en Ciudad Constitución y nos abrió una señora elegante de gran sonrisa, pasamos a la sala y empezó la aventura. La memoria prodigiosa de Rafaela nos contaba con alegría lo que había sido su vida tras haber llegado en 1953 al Valle de Santo Domingo, en Baja California Sur. La labor que desempeñaba su esposo como médico los llevó a vivir en un rancho aislado de todo, juntos ayudaban a los colonos que venían llegando para transformar lo que parecía un desierto en un campo agrícola productivo, fueron muchos los días que Rafaela pasó sola en el rancho ya que su marido debía salir continuamente a atender pacientes en zonas remotas.
Varias historias revolotearon nuestras cabezas esa tarde, pero fue un poema el que taladró el recuerdo, “Canto al Valle de Santo Domingo”, una composición que relata la vida de alguien que vino de fuera, y que tras recorrer una buena parte del camino reconoce en su vida la huella de un paisaje que la adoptó, un lugar en el que ha dejado gran parte de su historia. Salimos de la casa un tanto aturdidos tras una tarde intensa, de lágrimas y risas. Teníamos ya el alma de nuestro relato.
Los días que siguieron los dedicamos a buscar las historias de aquellos que llegaron de fuera para transformar el paisaje y de aquellos que ya estaban aquí. Fue así que dimos con Don José Cano Madrigal, uno de los colonos que llegaron al Valle de Santo Domingo. Eran los años 50s, y el entonces Gobernador del Territorio de Baja California Sur, el General Agustín Olachea había emprendido un proyecto de colonización de un valle ubicado 200km al norte de la ciudad de La Paz, la capital. Convencidos de llegar a un lugar prolífico donde les serían donadas buenas extensiones de tierra para su cultivo, reunieron a cientos de personas del centro del país, les proporcionaron camiones para llevarlos a la costa y de ahí fueron embarcados en los buques Usumacinta y Blas Godínez con rumbo a la ciudad de La Paz. Fue un éxodo lleno de incertidumbre, en ese entonces se conocía muy poco de estas tierras, las distancias eran engañosas, algunos se habían envalentonado a viajar alentados por el sueño de cruzar a Estados Unidos. Empezaron cultivando tomates en el valle de los Planes, pasaron luego a escavar túneles en las paredes de la Sierra de la Laguna en busca de oro, y por último llegaron al Valle de Santo Domingo. Cuesta trabajo imaginar lo que pensaron al llegar, el desierto suele intimidar con hostilidad y desolación a los mas impacientes, llegaban para cultivar en lo que parecía una planicie sedienta por una gota de agua.
Para fortuna de los colonos la zona que les proporcionaron para instalarse estaba ya habitada por unas cuantas familias de rancheros. Sus manos curtidas al sol habían logrado a base de paladas escarbar pozos para extraer agua suficiente para ellos y sus animales. Vivían de la venta de carne, leche y quesos que con trabajos transportaban a la ciudad de La Paz para su venta, la carretera no existía, había que manejar por varios días sobre una terracería en mal estado.
Los años pasaron, la perseverancia y conocimiento de aquellos que llegaron y el apoyo de los que ya estaban, acabaron convirtiendo lo que parecía un paisaje de espinas y colores ocres en un oasis que cada mañana despierta entre la neblina para más tarde brillar al sol presumiendo su atuendo tropical.

Comments 4
Es impresionante la manera en que El Color de la Memoria va dando a conocer estas historias que gracias a este proyecto perdurarán por siglos y siglos; los relatos de viva voz por parte de los entrevistados, la magia de la pintura de Uli, esa que con sutiles trazos llegan directo a las neuronas para provocarnos un gran choque eléctrico de colores y la fotografía de Leonardo, aquella que te hace transportarte y sentirte parte de esa atmosfera de donde se desenvuelve el episodio como si uno mismo fuera quien estuviera siendo parte de El Color de la Memoria.
Ahora este proyecto de vuelve mas interesante, ya no basta toda esa magia reunida y explotada; sino que ahora nos relatan con puño y letra a través de este blog en donde tenemos un elemento más a nuestro favor para sentir la magia de los sitios que visitan.
Un abrazo y enhorabuena Uli y Leo.
PD. Este episodio sin duda es uno de mis favoritos hasta el momento, se perfectamente nos sorprenderán con varios más.
Excelente historia, soy hijo de Don José Cano Madrigal
Gracias por hacer este increíble documental y sobre todo gracias por dedicarlo a la memoria de mi abuelo José Cano Madrigal, cuando lo extraño, aquí encuentro su voz.
Muy buen documental, la historia de mi querido Villa Hidalgo, una ventana a un oasis de conocimientos que enriquecen nuestro corazón. Orgulloso de mis raíces.